El
alcoholismo es una enfermedad crónica, progresiva y a menudo mortal; es un
trastorno primario y no un síntoma de otras enfermedades o problemas
emocionales.
La OMS define el alcoholismo como la ingestión diaria de alcohol
superior a 50 gramos en la mujer y 70 gramos en el hombre. El alcoholismo
parece ser producido por la combinación de diversos factores fisiológicos,
psicológicos y genéticos. Se caracteriza por una dependencia emocional y a
veces orgánica del alcohol, y produce un daño cerebral progresivo y finalmente
la muerte.
El
alcoholismo afecta más a los varones adultos, pero está aumentando su
incidencia entre las mujeres y los jóvenes.
INFORMACIÓN GENERAL
Las acciones
farmacológicas que provoca el alcohol se manifiestan a diversos niveles, siendo
la más importante la parálisis descendente inespecífica del sistema nervioso
central, que afecta la corteza cerebral, con desinhibición de los
centros subcorticales, en primer lugar. A continuación, el cerebelo, médula
espinal y bulbo, con depresión de los centros respiratorios. La acción está
relacionada con la concentración de alcohol que se alcanza en sangre,
produciéndose estado de coma cuando se alcanzan concentraciones superiores a 3
g/I. En concentraciones inferiores produce una sensación de euforia y
analgesia, que facilitan el vínculo psicosocial del hábito de beber
alcohol. En este sentido su efecto es sedante o tranquilizante, como
produce euforia, el bebedor notará que cuando ingiere cierta cantidad de bebida
alcohólica, su animo se exalta.
A nivel
hepático provoca inhibición de glicogénesis, aumento de síntesis de
triglicéridos, disminución de la actividad del ciclo de Krebs y
reducción de la oxidación de ácidos grasos.
A nivel del
aparato circulatorio a dosis moderadas produce vasodilatación periférica,
pero vasoconstricción coronaria y esplénica (intestinal), mientras que en dosis
altas provoca depresión de los centros vasomotores del bulbo, ya que el
abuso del alcohol aumenta la resistencia al flujo sanguíneo y puede provocar
trastornos en el aparato circulatorio y también hemorragias.
Otras
acciones, generalmente tóxicas, son a nivel del aparato digestivo ya que
produce irritación de las mucosas e interferencia con la absorción de lípidos,
minerales, ácido fólico y algunas vitaminas (B12). En el músculo, produce
alteraciones estructurales de la fibra muscular, que pueden llevar a miopatía.
En médula ósea provoca anemia macrocítica y sobre el nervio óptico puede llegar
a causar atrofia.
El alcohol
se metaboliza en el hígado en un 90-98% oxidándose y originando acetaldehído.
Aquí alcohol pone en particular peligro al hígado, ya que el alcohol se
convierte en una sustancia aún más tóxica, acetaldehído, que puede causar un
daño sustancial, incluyendo cirrosis en 10% de las personas que sufren de
alcoholismo. El daño hepático es más común y se desarrolla más rápidamente en
las mujeres que en los hombres con historias similares de abuso de alcohol
(dentro del tracto gastrointestinal, el alcohol puede contribuir a la causa de
úlceras y pancreatitis, una infección grave del páncreas). En una escala menor,
puede causar diarrea y hemorroides). Esto se realiza por la
alcoholdeshidrogenasa que representa el 80 % de su metabolismo. Otra vía es
mediante intervención del sistema de oxidación de etanol microsómico que
representa un 20 % y mediante el sistema de la catalasa, que tiene menor
importancia. Una vez formado el acetaldehído, se transforma en acetato, que se
incorpora al ciclo de Krebs.
La
enfermedad o toxicomanía alcohólica es un proceso gradual, que se
desarrolla entre 15-20 años y que pasa por diversas fases, debido al uso
continuado de alcohol ya que se crea una dependencia fisiológica y psicológica,
ya que las personas tienden a sentirse bien con el alcohol y creen que con
ninguna cosa pueden sentirse mejor por que les ayuda a olvidar problemas, etc.
La evolución puede ser más corta, dependiendo de la sensibilidad individual y
de la cantidad ingerida. Una ingesta diaria de menos de 80 g. De alcohol puro
puede considerarse segura, mientras que por encima de los 160 g. existe una
casi total seguridad de desarrollar alcoholismo y adquirir trastornos tóxicos,
principalmente hepáticos.
Los efectos
clínicos inmediatos dependen de la cantidad ingerida correlacionándose los
efectos con la cantidad de alcohol en sangre o alcoholemia.
Al
principio, con pequeñas cantidades, actúa como depresor (no como excitante) del
sistema nervioso central. Se produce una conducta más instintiva,
comportamiento espontáneo, estado de ánimo elevado y disminución de la
ansiedad, dando una sensación subjetiva de mayor confianza en sí mismo y mayor
osadía. Se produce locuacidad, pérdida de control emocional y disminución de
juicio objetivo y capacidad autocrítica. Con la ingestión de cantidades mayores
conducen a un cuadro de embriaguez, acentuándose las vivencias anteriores,
tornándose el estado anímico variable, con oscilaciones eufóricas,
agresivas y depresivas, pérdida de atención y memoria, trastornos de la
percepción, incoordinación motora y somnolencia.
Alteraciones
psicosociales
Las
alteraciones psicosociales graves llevan a la marginación social definitiva.
Aparecen alteraciones de carácter, con irritabilidad, autoengaño, tendencia a
la tristeza, sentimientos de culpabilidad, suspicacia, paranoidismo, celotipia
y sentimiento de soledad. Las alteraciones de conducta se refieren a la
búsqueda de pretextos para beber y preocupación por tener bebidas alcohólicas y
sintomatología de embriaguez cuando se produce.
Existen
asimismo manifestaciones sociopatológicas, bien familiares como es el
desajuste, disgregación y degradación familiar. En el aspecto laboral el
absentismo y la baja laboral, descenso de rendimiento e incapacidad, con
producción de accidentes son las manifestaciones principales. En el
aspecto social las principales manifestaciones son la pérdida de interés, con
aumento inicial y posterior disminución de la sociabilidad, pérdida de hábitos
higiénicos y tendencia a la marginación, con posibilidad de conductas
delictivas o antisociales.
Junto a las
manifestaciones anteriores, existen manifestaciones físicas, como pérdida de
apetito, algias, gastrálgias, pirosis, náuseas y aparición de
síntomas de trastornos psiquiátricos (delirios paranoides, síndromes
depresivos y alteraciones de la memoria) y alteraciones neurológicas (temblor,
polineuritis) así como alteraciones hepáticas, fundamentalmente hepatitis.
El paso a la
adicción del alcohólico se puede definir cuando hace presencia el síndrome
de abstinencia. Según la gravedad debe hospitalizarse al paciente y
vigilancia estrecha de las constantes vitales.
El síndrome
de abstinencia y sus síntomas
El
alcoholismo provoca síntomas indeseables como temblores, nerviosismo, irritabilidad
o taquicardia (frecuencia cardíaca mayor a 100 latidos por minuto) cuando deja
de tomar, lo cual es conocido por los médicos como síndrome de abstinencia.
Dicho fenómeno ocurre por adaptación del cerebro a los efectos depresores del
alcohol, sufriendo un estado anormal de excitación cuando el individuo suspende
su consumo. En algunos casos es de gran intensidad, dando lugar a confusión,
alucinaciones, agitación, alteraciones del ritmo del corazón, vómito, sudación
o convulsiones, lo cual corresponde al llamado delirium tremens. Tales casos
constituyen una emergencia médica que puede ser mortal si no recibe tratamiento
oportuno.
La vida de
los sujetos con dependencia al alcohol gira en torno a la bebida y pasan gran
parte del tiempo buscando, consumiendo o recuperándose de los efectos del
licor. Abandonan otras actividades sociales o recreacionales por ese motivo y
tienen dificultades para detenerse una vez han comenzado a beber. Muchas
personas que han pasado por esa fase han intentado sin éxito abandonarlo y
continúan el hábito a pesar de las consecuencias físicas o psicológicas que
ello conlleva.
Los
tratamientos aversivos son de base reflexológica e intentar condicionar una
repulsión al alcohol. Las técnicas se basan en la asociación de la toma de
alcohol con un estímulo desagradable. Una forma particular consiste en el
empleo de fármacos interdictores del alcohol (disulfiram, sulfonilurea, etc.)
que inhiben la acción de la alcoholdeshidrogenasa, aumentando la concentración
de acetaldehido, con desagradables sensaciones físicas. También deben emplearse
terapéuticas psicosociales para evitar las posibles recaídas.
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